junio 16, 2020
Carlos Manuel Álvarez

Prensa independiente en Cuba: una golondrina que hace verano

Los medios independientes cubanos han tenido un despegue tal en la última década que hemos pasado de un panorama desolado, como un desierto en el que apenas afloraban dos o tres cactus aislados, a un ecosistema variado, plural, en algún sentido fuerte, y muchas veces en pugna consigo mismo. Sus agendas diversas fortalecen, desde luego, el debate público, y también a cada uno de los medios en particular, porque los fija en su especificidad, en su línea editorial propia.

El bloque monolítico de la prensa estatal, sin embargo, se entrega al conveniente argumento de que toda la prensa independiente es una, de que responde a los mismos intereses o los rige el mismo dueño, como si hubiera tal cosa. Esto sucede porque el poder –la corporación ideológica del Estado– necesita construir un enemigo que se parezca a él, para poder entenderlo.

Como el lenguaje remite menos a aquello que dice que a quien lo usa, cuando el sistema nacional de medios regidos por el Departamento Ideológico del Partido Comunista juzga a la prensa independiente de la manera en que lo hace, o decide ignorar sus matices, no hace más que retratarse a sí mismo frente al espejo de las palabras. Se busca trazar un mapa o delimitar un territorio que mantenga la discusión pública dentro de un perímetro conocido, roturado durante décadas por la retórica oficial. Es como si quisieran seguir a toda costa jugando en casa. Ese estadio, que fue una vez el anfiteatro del mundo, pero que desde hace treinta años no se encuentra ya en ninguna parte, tiene un nombre: Guerra Fría.

El éxito de la prensa independiente, es decir, su proliferación y también su gradual profesionalización en la última década, en medio de un ambiente hostil, casi bélico, se debe sobre todo a haber movido (de modo consciente o no, o incluso de ambas maneras) algunas de las líneas discursivas de la excepción Cuba hacia ciertas zonas de la modernidad global; de haber instalado una renovada idea de lo real en buena parte de la conciencia colectiva.

En ese sentido, algunos debates ya se dirimen en cancha extraña para todos, con la reconfortante sensación, en ocasiones, de que se ha logrado entrar en un país, sino nuevo, sí distinto, a pesar de que las estructuras administrativas y de control del poder político siguen en el mismo lugar de siempre. Aún establecidas y concebidas dentro de su lógica totalitaria, pero más carcomidas, menos resistentes, si se quiere.

Hemos de recordar que las profesiones que más han sufrido en Cuba son aquellas que con el fin de adaptarlas a la lógica de la propaganda se vieron sometidas a una violenta castración de sus propósitos, arbitrariamente convertidas, de plano, en su reverso. Entre ellas, no haya probablemente ningún atraco como el atraco cometido contra el periodismo, al que se le ha pedido que llame catarro al cáncer.

Hay un punto de dilucidación que tiene que ver con la categoría «independientes» para calificar a los medios no estatales. La respuesta es fácil y rotunda, pero aparentemente se cree que hay ahí una zona donde la palabra falla. La independencia de un medio de prensa –específicamente de medios de prensa pequeños, los cuales en cualquier parte del mundo tienen que recurrir a distintos modelos o vías de financiamiento a través de mecenazgos, donaciones o grants– radica en la completa autonomía de sus periodistas para determinar la línea editorial de su propio medio.

En este caso, el dinero –y es algo que yo he podido comprobar no solo en Cuba, sino en buena parte de los más importantes medios independientes latinoamericanos, es decir, aquellas revistas y sitios que no responden a ninguna corporación, transnacional ni están subordinados a los designios del Estado– es un factor que ayuda a gestionar justamente esa libertad, que busca potenciarla y no secuestrarla. Al final, es el rigor, la pluralidad y la contundencia de los contenidos periodísticos los que van a demostrar o no ante la ciudadanía, que es el único juez, la verdadera independencia de un medio periodístico.

En mi caso, soy el editor principal de la revista El Estornudo, surgida en marzo de 2016, y quizá su existencia a lo largo de dos años sin ningún tipo de apoyo monetario sea argumento suficiente que demuestre, tomando la parte por el todo, que la explosión de una prensa alternativa en los últimos tiempos responde a intereses vitales; es decir, razones espirituales, profesionales y, de modo principal, políticas e históricas.

En El Estornudo hemos intentado no dialogar con el poder en los términos en que el poder esperaría. Hemos intentado no descender a esa forma conciliatoria y pusilánime del discurso en elaque hacemos periodismo casi como si pidiéramos perdón, dando explicaciones en vez de exigirlas, o purgando con medias tintas una suerte de castigo hasta que alguien considere que hemos entendido quién sabe qué lección y decida, por ejemplo, desbloquear el acceso directo a nuestra página, vetada por la censura para los usuarios que viven en la Isla.

Evitamos, de igual manera, entregarnos a descalificaciones incendiarias, aumentar el tono apelativo, volvernos nosotros mismos la noticia, asumir pasivamente el rol de víctimas, restringir nuestra agenda informativa y convertirnos, de ese modo, en el tipo de prensa enfática y militante tan funcional a los intereses e intenciones del aparato propagandístico de la oficialidad.

Que Cuba es un país largamente envuelto en una grave crisis moral, económica y social es algo que la revista de la que formo parte ha demostrado en diversos reportajes y análisis, pero ni siquiera porque alguien lo haya querido así, sino porque a la larga esos son los hechos. También insistimos en que el país es un escenario mucho más rico, plural, diverso y subversivo que el que sus dirigentes quieren que sea. Nos interesa el Partido Comunista o Raúl Castro en la medida en que están presentes, influyen y determinan la vida de los cubanos. Son un medio de acceso a la realidad, no el fin de esta. Huimos de la sinonimia entre gobierno y país, puesto que sería entregarle al gobierno más territorio del que merece.

Menciono estos aspectos, que parecerían restringirse a los propósitos particulares de El Estornudo, porque creo que deberían ser –y en muchas ocasiones lo son, pero en otras no– las directrices deontológicas de la prensa independiente en general. En última instancia, el ejercicio del periodismo como discurso crítico del poder, escalpelo de los conflictos y pulsaciones de la política y la sociedad, y testimonio y archivo del tiempo y la memoria histórica, es intransferible e innegociable, no importa que las condiciones para que ese ejercicio se lleve a cabo sean cada vez más adversas o precarias.

El surgimiento de este nuevo panorama comunicativo se desprende, naturalmente, de una serie de cambios operados en otros órdenes de la vida en Cuba durante los últimos años. A saber: la paulatina pero cada vez más creciente presencia del Internet en la Isla, el saludable restablecimiento (temporalmente congelado) de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos, la pérdida de una parte importante del apoyo económico que provenía de Venezuela, el traspaso formal del mando del país de Fidel Castro a su hermano Raúl, y de este a Miguel Díaz-Canel. Incluso un maquillaje –si solo así queremos verlo, y no faltan razones para ello– trae siempre alguna variación y un cambio de orden determinado.

Por su parte, en la prensa independiente hay quizás como nunca antes una provechosa mezcla de saberse provenientes de experiencias y recorridos personales distintos: reporteros de formación autodidacta, con una piel mucho más curtida en los avatares de la represión y la censura, y una hornada de periodistas formados en las facultades de comunicación del país, esos semilleros institucionales que producen normalmente la fuerza de trabajo de la prensa estatal.

Los riesgos de este escenario son, en un marco amplio, alentadores, la prueba de cierta eficiencia, pero solo el rigor puede garantizar la supervivencia, el afianzamiento y la pluralidad de un ecosistema que abarca desde revistas de moda, hasta medios de breaking news o periódicos especializados en temáticas medioambientales. Hay una frase de Arthur Miller, didáctica, efectiva y robusta, que resume al cabo todo esto: “Un buen periódico es una nación hablándose a sí misma.”  

Carlos Manuel Álvarez es un periodista cubano y autor de tres libros: La tarde de los sucesos definitivos (2014), La tribu: retratos de Cuba (2017) y Los caídos (2018). También es cofundador de la revista de noticias independiente cubana El Estornudo.

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