septiembre 8, 2021
Ricardo Acostarana

11J, de cuando la represión en Cuba dejó de ser «utilitaria»

…Creyeron que era disidente y no era más
que natural…

Silvio Rodríguez – Juego que me regaló un 6 de enero –

Desde el domingo 11 de Julio (11J) llevo haciéndome la misma pregunta: ¿Cuál habría sido mi reacción si, siendo aun oficial del Ministerio del Interior, me hubieran dado la orden de contener, a como diera lugar, los cientos de manifestantes que salieron a protestar en las calles de La Habana?

Ese día en la tarde salí a la calle. Había terminado de ver transmisiones en vivo por las redes sociales de lo que sucedía en San Antonio de los Baños. Allí comenzó la ola de protestas contra el gobierno. Luego se expandió por pueblos y ciudades de gran parte del país.

Cuba entera llevaba horas bajo un apagón electrónico que duraría, con intervalos, más de una semana. No había manera de saber qué sucedía a ciencia cierta en otros sitios, pero definitivamente algo grave pasaba si habían bloqueado el acceso a internet.  Es una ley no escrita “tumbarlo” cada vez que ocurre un suceso al que el gobierno llama extraordinario. Ahí están los ejemplos del 26 y 27 de Noviembre de 2020 y el 27 de Enero del presente año.

Por vías alternativas supe de un puñado de artistas que se congregaban en la entrada del Instituto de Cine, Radio y Televisión (ICRT) para manifestarse pacíficamente y pedir unos minutos ante las cámaras.

Fui parte de la multitud que vio como cargaron con la mayoría de ellos violentamente. A uno le cayeron arriba tres oficiales vestidos de civil y lo estrujaron hasta meterlo en un auto que salió chillando goma por la avenida. A otros, casi los lanzaron hacia dentro de un camión de carga. Fui parte de la multitud que se quedó, pasmosa, mirando cómo el camión encendía el motor y los detenidos eran estrellados contra el piso del vehículo y golpeados a plena luz del día, frente a decenas de celulares que grababan lo ocurrido. Fui parte de la multitud que vio la calle 23 llenarse de carros de patrulla y agentes de la seguridad del estado en sus motos. Fui parte de la multitud, cada vez más dispersa, que escuchó las mismas consignas de siempre, por parte de un grupo de funcionarios y estudiantes universitarios convocados en la entrada del ICRT, en franco desafío a los al reclamo de los jóvenes artistas.

Miraba toda aquella escena y buscaba alguna cara conocida entre los oficiales; de repente me pensé en medio de ellos, uniformado, enviado ahí con el único objetivo de detener a esos muchachos, algunos conocidos y amigos personales.

En mis años de oficial, casi una década, nunca se suscitó una situación de este tipo, y menos a nivel nacional. Solo algunos domingos salían las Damas de Blanco a recorrer algunas calles del municipio Playa y se armaba todo un operativo policial alrededor de ellas para “neutralizarlas”. O sea, eran detenidas, trasladadas a alguna unidad policial y luego liberadas en diferentes puntos de la capital.

Muchos de mis compañeros de entonces no sabían, les bastaba con saber lo que sus jefes cacareaban. “Esas mujeres son el enemigo, son mercenarias a merced de la CIA y el Gobierno americano”. Probablemente no les importaba conocer quiénes eran aquellas mujeres, que salían vestidas de blanco, con flores en las manos, pidiendo libertad para sus esposos, padres, hijos o hermanos. Estos últimos, detenidos hacía años como presos políticos, en lo que se conoce como la Primavera Negra en Cuba.

Recuerdo que cierta vez le pregunté a un capitán si conocía de la Primavera Negra y me contestó si se trataba de una película de terror o una de Chuck Norris. En otra ocasión, alguien cuestionó quién era Yoani Sánchez y otro oficial pensó que se trataba de un jefe de nueva promoción.

En mis primeros años tras un buró y documentos legales, nunca me interesó ni la política ni lo que pasaba más allá de mi almohada o mi bolsillo. Tenía mis héroes, mis mártires de siempre y creía saberme parte de eso que no se cansaban en llamar el relevo de la Revolución.

Con los años descubrí que ni siquiera era hijo de un compromiso moral defendido por mis padres y por muchos de los padres y madres de jóvenes detenidos. No ya se escudan en ese deber ni se sienten orgullosos de ser formados por la Revolución, sino resignados en el “esto es lo que hay- ¿qué se le va a hacer?- esto no hay quien lo arregle- no hay necesidad de hacer Patria por nadie- hay que sobrevivir como se pueda”.

Nunca tuve vocación para dedicarme a la vida militar y eso siempre lo tuve claro; como también tuve claro que bajo ningún concepto haría algo fuera de lo que considerara justo, humano y legal. A la par de todo eso, la máxima castrense: “Las órdenes se cumplen y entonces luego, si acaso, se discuten”, exige, y supuestamente ampara, poder realizar acciones que pueden derivar en graves arbitrariedades. Si en el curso de los acontecimientos existiesen irregularidades, dígase uso excesivo de la fuerza, represión injustificada, abuso del cargo, se pueden investigar estos posibles delitos. Nunca me permití semejantes actos.

Muchas de esas arbitrariedades, traducidas en represión y brutalidad policial, es lo que se ha estado viviendo con las protestas que comenzaron el 11J. Uno de los problemas, el clavo caliente colgándole de la lengua al gobierno cubano es que, esta vez, no se trata de una decena de contrarrevolucionarios en algún parque o calle poco céntrica, ni de gusanos, apátridas, mercenarios, lumpens pagados por la CIA o confundidos ,el nuevo término utilizado por el gobierno para emplazar a los manifestantes. La gente tomó las calles reclamando libertad y demandando una mejor gestión de gobierno.

Confirmó por primera vez y para siempre que no tenían miedo. A la par que avanzaban por calles y avenidas, pedían a las fuerzas del orden no dar golpes, coreaban Patria y Vida y ya se acabó, el sonado estribillo de una canción convertida en un himno para muchos. Las únicas armas con que contaron era un galillo multitudinario, el sentido común de sus reclamos, cámaras fotográficas y de videos para dejar evidencia de los excesos y sus cuerpos para enfrentar las consecuencias de expresarse libremente, algo considerado un delito a pagar bien caro.

Por desgracia, en algunos lugares, piedras y botellas lanzadas a donde cayeran, fueron también utilizadas como sistema de defensa. Quizás fue la respuesta al salvajismo de los diferentes entes civiles y militares que intentaron repeler la situación con palos, tonfas y hasta disparos al aire. Sin embargo, las escenas de las piedras y actos vandálicos fueron las imágenes que los medios estatales de comunicación manipularon, para mostrarle al mundo una versión de lo sucedido en Cuba: no era un estallido social, sino actos graves contra la tranquilidad y el orden ciudadano.

Esos mismos acontecimientos fueron con los que me pude topar de no haber regresado a casa luego de los sucesos del ICRT. Miguel Díaz-Canel hablaba en cadena nacional sobre lo ocurrido mientras las protestas aumentaban. No se conoce con exactitud la cantidad de personas que, en todo el país, salieron de sus casas a unirse a los demás, sin importar el peor momento de la pandemia de la Covid-19 por el que atraviesa la nación cubana.

Mi acceso habitual al internet no volvería a ver la luz del sol hasta casi una semana después del 11J. Para ese momento ya habían sido detenidas más de 500 personas, y contando. Los arrestos indiscriminados de intelectuales, gente de esquina de dominó y alcohol barato, deportistas de primer nivel, menores de edad, ancianos, madres con niños pequeños, estudiantes universitarios, médicos, artistas, funcionarios, cuentapropistas y hasta enfermos mentales, hablan de la ineptitud e incapacidad del proceder del régimen.

Por las principales avenidas, calles, caminos y senderos de la Isla desfilaron todas y cada una de las Cubas posibles y dialogantes, todas y cada una de las más heterogéneas posiciones políticas, y fueron silenciadas. Por primera vez en la historia, desde 1959, todas las clases sociales en Cuba salieron a exigirle al gobierno.

Tal es el ejemplo de un amigo muy joven, 21 años, estudiante de la carrera de Física en la Universidad de La Habana, Leonardo Romero Negrín. Leo fue detenido el pasado 30 de abril en una manifestación en La Habana Vieja donde portaba un cartel con las palabras Socialismo Sí, Represión No. Leo salió a la calle ese día creyendo en un sistema social y lo dijo bien alto, pero los propios defensores del socialismo le arrebataron el cartel y lo engurruñaron hasta reducirlo a la obediencia.

El 11 de Julio fue nuevamente detenido. Protegía a un alumno suyo de posibles enfrentamientos con la policía en una de las manifestaciones frente al Capitolio. Leo salió defendiendo la misma idea del 30 de abril, pero manteniéndose al margen de la multitud. Una cámara de video vigilancia pública lo captó y hacía él fueron como bestias tres agentes vestidos de civil a detenerlo de manera brutal. Estuvo varios días en un centro penitenciario y días después, al ser liberado, confesó haber sido víctima, junto a otros reos, de condiciones infrahumanas de convivencia y vejaciones físicas, morales y psicológicas.

Su testimonio, tan inusual como aberrante para una sociedad no acostumbrada a ese tipo de situaciones al límite, ha causado revuelo entre los familiares de los muchos detenidos y hasta en las altas esferas del gobierno. A mí, en lo personal, me aterrorizó el llamado “somatón”: los oficiales hacen un pasillo, como en una de las ceremonias del fútbol, y los detenidos tienen que pasar por él mientras los muelen a golpes y le gritan de todo. Quiero no creer que una institución armada a la que pertenecí realiza este tipo de… martirios, y quedarme con el apego a las leyes y el esclarecimiento de hechos delictivos que yo también, alguna vez, ayudé a investigar.

Otro exceso que demuestra el menosprecio hacia la integridad ciudadana es el que se llevó en un proceso sumarísimo, sin derecho a abogado y donde fue condenado a un año de prisión, el fotógrafo Anyelo Troya, de 25 años. Su “delito” fue estar documentando, con su cámara, una de las protestas. Anyelo fue puesto en libertad hace unos días, pero nadie responderá por ese tiempo tras las rejas.

Por otra parte, Daniela Rojo es una amiga de 23 años, residente en Guanabacoa que estuvo detenida desde el mismo 11J. Daniela tiene dos hijos menores, de 7 y 4 años y un padre con esquizofrenia. Después de pasar días, semanas, en varios centros de detención, fue liberada.

Arián González tiene 32 años, es abogado y ostenta el título internacional de Gran Maestro de Ajedrez. Reside en España desde hace varios años, pero está en Cuba desde principios de julio cuidando a su madre diabética. Estuvo detenido varios días por los presuntos delitos de alteración del orden público e instigación a delinquir y decidió ponerse en huelga de hambre. Arián, solo, en una calle de su pueblo natal, alzando los brazos y aplaudiendo, gritaba Viva Cuba Libre, Patria y Vida y Libertad. Luego de ser liberado, regresó a la nación ibérica.

Ángel Carranza Caso, “Ángelo”, uno de los artistas callejeros más conocidos de la ciudad de Santa Clara, fue detenido de forma violenta en la vía pública de su ciudad el 11J y estuvo bajo arresto casi una semana. Tiene 62 años y no tiene familia.

Estas cinco personas -una mínima muestra- detenidas durante la ola de protestas, deja en evidencia algo que funciona como un cuadrado perfecto, análogo a lo que trascendió a la Primavera Negra, hace más de 15 años. Con el arresto de los 75 disidentes, activistas y periodistas independientes, convertidos en presos políticos, surgieron en la Isla movimientos de denuncia por su liberación, como el mencionado Damas de Blanco -acusado de recibir financiación del gobierno estadounidense-. Este precedente indica la nada descartable idea de que, muy en parte gracias al uso de las redes sociales, sobre todo Facebook, Instagram, WhatsApp y Twitter, miles de madres, padres, hermanos y amigos se movilicen de la misma manera, más organizados, con más información y con el legitimo derecho, creen grupos, movimientos y acciones concretas para visibilizar cada una de las injustas detenciones y condenas a las que fueron y están siendo sentenciados los manifestantes del 11J.

No habrá manera posible de que el gobierno cubano se agarre, esta vez, del fetiche del financiamiento enemigo  para deslegitimar los nuevos grupos de resistencia pacífica. De hecho, el pasado 21 de julio fue organizada la primera marcha pacífica de mujeres en protesta nacional por el reclamo de información sobre sus familiares. Una de las premisas del autodenominado Movimiento Madres del 11-7 (¿un posible movimiento caribeño Madres de Plaza de Mayo?, salvando todas las distancias) era que marchasen solo las mujeres y los hombres se encargaran de participar como observadores, con el objetivo de evitar actos de violencia. Poco o nada se sabe del desenlace final de la posible marcha.

Si en los tiempos en que trabajaba como oficial del Ministerio del Interior se armaba todo un operativo para sosegar  las caminatas de aquellas mujeres, muchas veces también con hombres a los lados dejando evidencia fílmica de lo ocurrido, ¿cómo se la pueden arreglar cuando miles de ellas salgan por toda Cuba a pedir por la liberación de sus hijos? Incluso, poniéndonos fatalistas, quién quita que alguna de esas personas, a las cuales un policía tenga que detener-reprimir, sea familiar o amigo del mismo. ¿Cuál sería su reacción? ¿Cumpliría la orden y entonces luego, si acaso, la discutiría?

De los cientos de videos subidos a las redes desde entonces hay uno, muy significativo, que retrata esa otra Cuba, por encima de cualquier ordenanza. La Cuba que desde el 11J rompió los paradigmas, atados a la creencia de un pueblo callado y sumiso, fue la misma de ese video, en alguna provincia del centro de la Isla, donde un grupo de policías que intentaban detener el paso de unos manifestantes se apartaron. La multitud agradeció con aplausos y agradecimientos, y continuaron su camino libre y pacíficamente.

Ese es el país que dejó de ser 2+2=5. El mismo donde, si yo aun fuera militar, no tendría que pensar en quién se está manifestando con las manos alzadas, reclamando lo mismo que me afecta, como un justo servidor público y representante también, de la sociedad civil cubana.

Sigo teniendo los mismos amigos de hace 10 años, que creen en el socialismo como la única manera de justicia y progreso. Amigos que se confirman en la idea de una economía liberal como solución a los males de Cuba. Amigos que consideran al gobierno un régimen totalitario, otros que le llaman dictadura. Amigos musulmanes y creyentes en la religión yoruba. Amigos, incluso, que han visto alguna vez, con buenos ojos, la posibilidad de una intervención militar en Cuba. Amigos militantes de acocán del Partido Comunista. Amigos trans, lesbianas, no binarios. Amigos que dicen desconocer lo que está sucediendo. Amigos que recibieron una pedrada en la cabeza gritando abajo el bloqueo. Amigos que creen en el diálogo con el gobierno, una y mil veces negado por este.

Hoy, como desde hace más de una década, el gobierno se empeña en demostrar que todos los intentos de subvertir el orden en Cuba tienen un líder que recibe órdenes expresas del enemigo ancestral. Los sucesos del 11J dieron al traste con la ruptura del estereotipo oficial de la contrarrevolución cubana. Las miles de personas que tomaron las calles no lo hicieron en representación ni bajo la convocatoria del Movimiento 27N, ni MSI (Movimiento San Isidro), UNPACU (Unión Patriótica de Cuba), ni de ninguna otra organización independiente. Las miles de personas que tomaron las calles lo hicieron porque se cansaron de sobrevivir en una cola de ocho horas para comprar una posta de pollo, un tubo de pasta de dientes, una rueda de papel sanitario, una caja de cigarros, un blíster de pastillas, en el caso de que alcanzasen a comprarlo. Lo hicieron porque la posta de pollo que guardan en el congelador de la casa se les echa a perder con los interminables e intermitentes cortes de fluido eléctrico varías veces al día. Lo hicieron porque se cansaron del embargo como el culpable sine qua non que tiene el sistema para justificar el desastroso manejo de la pandemia y la vida en general de los cubanos. Lo hicieron precisamente porque carecen de un líder natural y orgánico que les dibuje un espectro mejor al existente. Lo hicieron porque se cansaron de vivir en un país con la gota derramada del vaso, y que aun no había tocado el suelo.

Dijo una vez el escritor cubano Norberto Fuentes: “la represión en Cuba no tiene sed de sangre, es utilitaria”. Pero las imágenes diseminadas por las redes no demuestran esa tesis, más bien conducen a una praxis decimonónica acuñada por Gustave Le Bon en su libro Psicología de las masas (1895): “…el papel más claro desempeñado por las masas ha consistido en las grandes destrucciones de civilizaciones envejecidas…”.


Ricardo Acostarana es licenciado en derecho y escritor. Ha publicado en las revistas cubanas El Caimán Barbudo, Dialektika, Tremenda Nota, La Joven Cuba, Hypermedia Magazine, y El Estornudo. Vive en La Habana.

Ilustración por Maikel Martínez Pupo. Lo puede encontrar por
@MaikelStudio @maikelmartinezpupo.

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