Ricardo Acostarana
“Máquina de enojos”: la Generación de los Noventa y una Banda Sonora que se larga, otra vez
Cualquiera que saque la cuenta, por favor. Alguien que atomice los montones de veces que pasamos de un supuesto rearme social como nación, a una dialéctica mundial, convaleciente y supina.
¿Alguien? ¿Acaso queda alguien en este país? ¿Alguno podría, quizás, cantarme su versión de los hechos?
- Yo fui feliz descalzo entre los ciclones / cuando no teníamos nada bastaba con las canciones / y ayer salí / solo vi en los balcones / el bostezo de la espera / el miedo / y coronas de flores / (Carlos Varela; “El bostezo de la espera”, 2020)
La historia de los SobreMurientes de esta parte del muro se puede contar, a priori, desde los anárquicos acordes de una guitarra. Si hay algo que va quedando de nosotros es justamente aquellos que se van, los que huyen y los que no saben cómo irse. Entonces regresa otra vez la perpetua banda sonora de una época, la de los «cambiaríamos esto de una vez, y por todas». Pero de una vez y por todas, nos largamos, otra vez.
¿Se puede contar la historia de una generación reproduciendo una lista de canciones? –incompleta, siempre faltarán las mismas de cada cual–. ¿Se puede correr el riesgo de asumir la novela o el papelazo de cada uno, en un verso que nos empape para toda la vida?
Hay temas musicales que ocupan el lugar merecido en el momento equivocado. Pero Cuba, al menos en estos últimos treinta, treinta y cinco años, no ha “padecido” momentos equivocados. Ergo: Somos el resultado de un quiste en el destino de la historia.
Esta es solo una de las tantísimas listas de canciones que los jóvenes del aquí y el ahora, con casi treinta, treinta y cinco años en las costillas, llevamos a donde quiera que vayamos. ¿O es la banda sonora la que nos sugiere el camino a seguir para quienes nunca fuimos hijos de la Revolución?
- en mi huerto el miedo no llegó al terror / ni los peores errores sirvieron para morir / la dictadura fue neuronálgica y pasional (Santiago Feliú; “La Isla de Fidel”)
Nunca le he preguntado a mis padres si pensaron alguna vez ser cómplices, víctimas y testigos de lo que se les vino encima hace más de tres décadas, a las puertas de mi nacimiento. Me sé de memoria los cuentos de los Ochenta y los Noventa y la anagnórisis, está de película. Eso sí, me he cuestionado muchas veces si a uno de ellos o a ambos, les pasó por la cabeza largarse del barrio, del país. Huir en balsa o lo que fuera.
Yo, le tengo miedo al mar.
Fidel Castro fue nuestro tío, nuestro abuelo, el presidente del CDR, el amiguito de la primaria, el camión de la basura. Fidel era un dios que no supo qué hacer con los días y las noches, menos, con las bestias que creó. Muchas de esas bestias, más de cien mil, se rebelaron contra el sistema un día de agosto. El Maleconazo fue esa válvula de escape que utilizó el régimen a mediados de los noventa para zafarse de los imperfectos, y son muchos de ellos quienes pagan, mar por medio, nuestras miserias más humanas.
Mientras tanto, crecíamos en pocos segundos, en un cambio (fraude) de milenio al que nadie hizo caso. Mis padres, los nuestros, envejecieron. Tal vez el decoro y una vida sin retrovisor les hizo pensar, todavía hoy, “que esto no hay quien lo arregle”.
- …detesto la burocracia que convirtió la eficacia / en un montón de desgracias / de vanas prohibiciones / aumentaron los rencores y mataron mil amores / ¿Qué ha pasado con la vida? tanta gente arrepentida (Pedro Luis Ferrer; “Yo no tanto como él”, finales de los Ochenta)
Nos convertimos en un país coproducido por grandes empresas extranjeras. Las mismas que facturaban sus millones para invertir en nuestras putas, y nos salió caro. El sistema llegaba a los 40 años o como se dice aquí, “los nuevos Veinte”. No obstante, a la Revolución le nacían nuevos mamarrachos, apadrinados todos, y casi todos romancearon con la idea del poder, pero eran niños jugando con la cadena y con el mono.
Ser como nuestros padres, convertirnos en el sueño de nuestras madres, nada tenía que ver con la política o eso pensaban ellos.
- …día de marzo / cae la tarde con las dudas en oficio / y me pregunto con cuál vara es que se mide el sacrificio / y si en el panal cayó la miel cual tempestad / o fue un rayo sin luz de vanidad… / la vanidad con desconfianza… (Buena Fe, “La sospecha”, 2011)
Un día la sospecha se hizo carne. Mi generación comenzó a escuchar la palabra “bloqueo”. Estuvimos leyéndola en todas partes. Antes no pertenecía a la jerga nacional. De la tubería soviética, solo quedó la huella en el fango, donde luego creció la maleza y había que buscar un responsable.
Habemus pioneros. Salvamos a el niño Elián marchando hacia un ideal, en algo que denominaron “Batalla de Ideas”. La conquista del “Hombre Nuevo” se redefinía en quien gritara más alto alguna consigna protocolar en las “Tribunas Abiertas”.
Una mañana, en la Revista Matutina de la televisión nacional, antes de ir a la escuela, escuchamos un nombre muy largo: “Los Cinco Héroes Antiterroristas Cubanos presos injustamente en cárceles del Imperio”.
Fuimos entonces un país vanidoso, donde los anormales tenían vía expedita hacia una escatológica inmortalidad. El mundo, mientras tanto, se caía a pedazos desde unas Torres Gemelas y algún ideólogo de cuello graso sacó del museo las “Marchas del Pueblo Combatiente”.
La sospecha se hizo rostiza y nos fue haciendo menos ingenuos.
- …un nuevo mundo está naciendo no te acerques / el Caimán cuelga de su corazón / están creciéndome las uñas y los dientes y no para ese tambor / el falso techo descascarando / el verdadero nos abandonó (Leonardo García, “El cocodrilo”, 2012)
Una bola de nieve terminó siendo avalancha, se le atragantó al sistema entre sus narices. Años después, frente al pelotón digital de las redes sociales, muchos de nosotros sabríamos que, en el puerperio del siglo XXI, hubo sangre, rúbricas, presidio y muerte. Figuras públicas, intelectuales, artistas cubanos que apoyaron fusilamientos, hombres justos tras las rejas, la circunstancia de una muerte “accidental”. El apoyo monocorde a la Revolución en un garabato.
Por única vez, la Primavera fue la culpable y se tiñó de negro. Pegado al transistor de la historia nacional, un hijo de Dios llamado Oswaldo Payá ponía a cagar pelos a militantes y feligreses políticos con el “Proyecto Varela”. El poder decretó, como estocada final, el Carácter Irrevocable del Socialismo transilvano.
- crecí en la tempestad / buscando el cielo y a la vez / jugando a muerte / contra el cansancio y la vejez / y sigo en mi lugar sin tiempo para descansar / sé que mañana hay que volver a comenzar… / (Moncada “Mi historia crecerá”, principios de los Noventa)
Nuestros padres y abuelos optaron por la nostalgia y se cubrieron de hollín. La cantaleta de “todo tiempo pasado siempre es mejor” fue racionalizada en planes corporativos que tenían a Cuba, por enésima vez, como el vano de una puerta sin cerrojo y sin detector de mierda.
La supervivencia frente al espejo le permitió al régimen hacerle gaslighthing a emporios extranjeros que quebraron con una oferta-demanda inexistente para el mercado nativo. Desaparecieron firmas enteras que dejaron sus negocios en una isla que no negocia, pero sí se endeuda.
En la Cumbre de la Tierra, efectuada en Río de Janeiro, Brasil, en 1992, Fidel Castro había dicho: Páguese la deuda ecológica y no la deuda externa. Desaparezca el hambre y no el hombre. Cientos de muchachos y muchachas de mi generación, nacidos quizás en el momento de su arenga, viven todavía hoy en una ciudad, en un solar enfermizo y extremo, donde el hambre y el hombre se cotizan por igual en el mercado negro, donde siempre habrá más demanda que oferta.
Pero había que volver a comenzar. Venezuela, luego China, siempre Rusia. El imperio moscovita fue el pez que se muerde la cola a mitad del cardumen y asumió su rol de “padre adoptivo”. De este lado del mundo a todo le ponían mayúsculas y una pizca de suplemento dietético: “Operación Milagro”, “Alternativa Bolivariana para los Pueblos de América” (ALBA), “Petrocaribe”, “Revolución Energética”.
Nos renderizamos en, como dice la canción de un animado cubano: los esclavos del Rey Menos.
- …porque hay demasiada humanidad en juego / porque ya eres tarde de agua / eres estruendo / aire, lágrimas / y recordarte parece un aguacero (Trio Enserie, “Parece un aguacero”, 1999)
Hubo que esperar una caída estrepitosa, cinematográfica, berlinesca. La competencia de apnea se centró en un nuevo líder castrense por partida doble. Raúl, el hermano menor del entonces postrado Fidel, tomó las riendas del arado.
Y llovió, y no nos mojamos.
Muchos ilusos, también de mi generación, creyeron que el General nos deportaría del Gatopardismo a una renovada ilusión de la realidad. Nacería pronto un niño muerto llamado “Lineamientos de la política económica y social del Partido y la Revolución”. Raúl prometió villas y castillas desde su castillo, que quién sabe exactamente dónde esté, o cuántos son.
El verbo “reflexionar” quedó de uso exclusivo para el recuerdo de quien, en 1958, en carta a Celia Sánchez Manduley, se consagró en una guerra personal contra los americanos. Una misión de vida a la que nos anexionó y nos enterró antes de que nuestras madres dieran a luz.
Fidel dictaba sin parar sus “Reflexiones” mientras muchos de nosotros nos íbamos al campo, a una beca, vírgenes y completamente ajenos a todo.
Un día de noviembre de 2009, en una esquina de la calle G, la más friki de toda La Habana, los más viejos y pingúos de mi generación marcharon para exigir “No Más Violencia, No Más Represión”. Luego, poco a poco, los fueron desapareciendo más rápido que lo que dura un dulce en la esquina de una escuela. Pero de eso casi nadie se acuerda.
- …esta noche voy al discobar / esta noche me querrán violar / mis pastillas para no dormir / mis costillas por el porvenir / pintaré un destino de algodón / no me vayas a pedir perdón / que cosa me quieres evitar / yo también soy parte del azar… (Polito Ibáñez, “Doble Juego”, 2003)
De enemigos mortales, públicos, número uno de los Yanquis, pasamos a recordar a Calvin Coolidge, el último mandatario estadounidense que sudó la gota gorda en este pedazo de país, en 1928. Pasaron ochenta y ocho años para que otro presidente, nacido en la yuma de ultramar, afrodescendiente, cruzara montado en su Bestia el Estrecho de La Florida y le apretara la mano al “gobernante cubano de turno”.
Intensas negociaciones entre ambas gerencias trajo el canje esperado. Los Héroes (espías) cubanos eran excarcelados. Una catarsis empantanó el país. Obama caminaba las calles de La Habana Veja y le cortaban el cabello en una barbería. Su esposa, la primera dama, Michelle, se reunía con la sociedad civil cubana, no la que tenía cerco policial y era reprimida a diario, sino la que dispuso el Partido Comunista.
Comenzaron a llegar líneas de cruceros repletos de yumanjis. Airbnb llenó de hostales y experiencias las ciudades y los solares más enfermizos y extremos de la isla. Hollywood se tiró con la guagua andando y envió toda su producción para grabar unos minutos en La Habana “Rápido y Furioso VIII”.
La gente pasó de la incredulidad al estremecimiento, del estremecimiento a la apoteosis, porque la “buena nueva” trajo también a Sus Majestades Satánicas. El mítico concierto de los Rolling Stones en la Ciudad Deportiva, el 25 de marzo de 2016, fue un vuelo en primera clase, de ida y vuelta y con reembolso, a más de sesenta años de oscurantismo musical.
Familias enteras abrirían negocios. Con el emprendimiento, la apertura económica muchos pensaron que había llegado el momento definitivo para “el gran salto adelante”, pero nadie advirtió que la tierra que pisamos es hueca e inestable.
- Despierta un pueblo memorizando consignas / desafinando el himno nacional / me asfixian los discursos que redundan / y me consume tanta pólvora social (Kamancola, “Los Centinelas me fusilan”, 2014)
Dejamos de escribir cartas desde el parque para acercarnos más a la sonrisa de quien se estuvo yendo durante diez, quince, veinte años, y no encontraba consuelo.
La república bananera puso en venta zonas wi-fi. Hubo familias que se auscultaron por vez primera a la distancia de un teléfono móvil. La gente configuraba su vida en logaritmos desconocidos.
Mi generación fue modificando las maneras de romperle los cojones a la casta de cuello graso. El ciberespacio se convirtió, posiblemente sin darnos cuenta, de escobita nueva a obituario, a denuncia, a reclamo, a exigencia.
Desde arriba tacharon el discurso del sacrificio escrito a lápiz. Al parecer, alguien le recordó a Raúl Castro las palabras de Martí a Máximo Gómez: “Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento”, pero todo fue vaselina.
La noche en que hicieron oficial la muerte de Fidel no hubo alegría ni pena, sino, quizás, un alivio, como de música brutal. El gobierno decretó 9 días de duelo nacional y quiso pegar un corillo (#YoSoyFidel) que hace mucho tiempo no formaba parte del cubaneo más crudo y duro. No obstante, miles de cubanos salieron a las calles, a otros los obligaron a hacerlo, para despedir al autor intelectual de sus más grandes anhelos y de sus mayores calamidades.
- ¿Quién dijo que los lobos somos malos y los corderos son buenos? / ¿Quién me está cambiando el cuento? / ¿Quién ha dicho el primer insulto? / ¿Quién tiró la primera piedra? / ¿Quién sintió el primer miedo? (Raúl Torres, “Frio”, 2011)
Uno de los tantos apadrinados del proceso logró sobrevivir a las distintas glaciaciones revolucionarias. Fue señalado con el dedo del Hermano Mayor que nos vigila y lo hicieron presidente en una nueva Constitución.
A día de hoy, muchos coinciden en que Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez está osorbo. La respuesta de la plebe a su gestión ha sido la misma desde tiempos inmemoriales: salir echando, de la forma que sea. Da igual si vendiendo el apartamento con todo adentro, pidiendo dinero prestado, llegando a Europa del Este con 25 pesos en el bolsillo, cruzando el estrecho de Bering en short, camiseta y chancletas metedeo o atravesando Latinoamérica entera hasta llegar a “Los Mayamis”. La huida ya no era de a buchito.
Cuba se reafirmaba como el país más viejo del Continente. Un país camino a la extinción. Y no se puede esperar otra cosa cuando eres gobernado por dinosaurios.
Antes y después del 30 de diciembre de 2018, día en el que Miguel escribió su desprecio en un tuit: “…los mal nacidos por error en Cuba, que pueden ser peores que el enemigo que la ataca” , ya las catástrofes venían en bandada.
Un accidente de avión causó la muerte de 111 personas en el aeropuerto de La Habana.
Un tornado intentó arrasar varios municipios del oeste de la propia ciudad, dejó 4 muertos y más de 200 heridos.
Un auto se estrelló contra el muro del malecón: 5 muertos y casi 20 heridos.
Un balcón de La Habana Vieja cayó sobre tres niñas en edad escolar.
Se había roto la tregua. Todo pasaba a la vez, en muy poco tiempo y en fechas alegóricas al nacimiento y muerte del Apóstol. Alguien habló de karma, de la resignificacion de la historia. La teoría de la mentira mil veces repetida que acaba convirtiéndose en verdad alcanzó su cenit y no ha dejado de caer en picada.
- No quiero escuchar más que nuestra luz es poca / no quiero sentir más la frialdad de quien me dio techo y bandera / no quiero escuchar más que aún no estoy preparado / no quiero sentir más la sensación de perder la esperanza (Habana Abierta, “Máquina de enojos”, 1997)
Las catástrofes, las otras, también le iban para arriba al sistema. Eran las únicas que permanecían en la Isla.
Se actualizaron y crecieron las deudas. Cesaron los créditos de los países con un parche en el ojo bueno. Llegó la pandemia del Covid y este gran calabozo quedó a expensas de la quietud.
Volvían a escasear los aeropuertos, las embajadas. El mar se llenó de solicitudes otra vez. Se acababa el oxígeno para los enfermos. A los supervivientes en el De Pinga El País De Pinga Este les hicieron la vida un jardín de senderos bifurcados. Pero la entelequia borgiana es un niño de teta frente al absurdo asumido.
Cuba se quedaba también sin deportistas, científicos, estudiantes, periodistas, académicos. Artistas reconocidos también fueron tomando el camino del autodestierro.
Comenzábamos a padecer varas de hambre del tamaño de un hotel vacío y con grietas, donde se hospedan turistas que ya no existen. Nuestros padres hicieron una regresión de treinta años, donde todo era tan o menos caótico, y algunos prefirieron quedar en un limbo no incluido en el paquete inversionista de nuestra escasa memoria histórica.
- Alguien sabe que conservo un pedazo / de un amor que me dieron. / Alguien sabe que me siguen los pasos, / que me acechan espejos. (Paisaje con Río, “Confesiones de un hockey”, años 90´)
Una mañana de finales de noviembre de 2020, cientos de jóvenes se plantaron frente a un Ministerio de Cultura con hambre y sed, rodeados de segurosos y paramilitares dispuestos a todo. Cortaron la luz, cerraron las calles, rociaron gas pimienta, trocearon el internet, y aun así, había un país en cada esquina del mundo, pendiente de lo más mínimo en ese pedazo de acera. Les hicieron correr y respondieron con música, aplausos, abrazos, con todas las demandas.
No estaban abandonando un país, los estaban expulsando de él, dentro de él. No estaban destruyendo una nación, querían reconstruirla. Los cubanos del 27N, muchos de mi generación, pidieron diálogo, no fuego cruzado. El sistema les devolvió margaritas de fuego valirio.
Esas mujeres y hombres, amanuenses todos de la verdadera sociedad civil cubana se convirtieron en el respiradero de un país, al que sus mastodontes les estaban tirando cal viva encima y no se enteraba.
Otros, días antes, habían decidido acuartelarse en el barrio habanero de San Isidro y decretar huelga de hambre. Luis Manuel Otero Alcántara y Maykel «Osorbo» Castillo Pérez se convirtieron en los rostros más visibles del Movimiento San Isidro: negros, de barrios suicidas y ambientosos, de solares enfermizos, extremos artistas de la calle. Son ellos la cara más visible de la necesidad discontinua del proceso. Una cara que se pudre en una celda oscura y lejana.
- …Mi amigo el ingeniero se lo debe todo a la Revolución / que lo sacó del monte pa´ La Habana y le dio buena educación. / Él fue de aquellos niños de las cuatro bocas de Girón / pero el tiempo cruel que fue pasando todo lo cambió. (Erick Sánchez “Mi amigo el ingeniero”, 2014)
Entonces…la gente se tiró para la calle.
El negro, la trans, el estudiante, el deportista, la vieja, el disidente precoz, el miki cachetudo, la revolucionaria del solar caliente, el migrante recién llegado. Todos sembraron un surco expedito sin tanta muela, en cada recoveco de la isla.
Miles de cubanos gritaron en sus barrios “Patria y Vida”, “Abajo las tiendas MLC” (Moneda Libremente Convertible), “Queremos comida”, “Pa ´fuera Quien tú sabes” , “Libertad para los presos políticos” y “¡Abajo todo!”.
El régimen bananero reacomodó sus prisiones y tiró a más de mil cubanos a sus fosos tras las manifestaciones del 11 de Julio (11J). Y sí, es una obviedad mencionar las torturas psicológicas y físicas, vejaciones y mano de golpes que dejaron heridos y hasta un muerto.
Cuba ya no era solamente una de las naciones con más alta población penal del mundo, ahora también actualizaba su vitalicio inventario de presos de conciencia. Y aunque no permitía bajo ningún concepto auditorías de justicia y compasión, seguía gastando el presupuesto del estado comprando más patrullas policiales, más autos de renta para el turismo, más hoteles, más miseria y contubernio, más salarios para segurosos de piltrafa.
La pandemia era el único y real foráneo que se instalaba diariamente en este clima tropical y por momentos nauseabundo.
Luego el exilio, siempre el exilio.
- Y no exiges ataduras / y te juro que lo entiendo / porque sé que en tus entrañas como yo en mi propio centro / llevas una Isla adentro (Fito del Río “Isla Adentro”, 2021)
Adoptamos, para variar, husos horarios en un paraíso fiscal para esclavos, donde todos los días es domingo y tres de las tarde. Husos horarios para largas colas, para los constantes cortes de internet, para los pelotones de cibecombatientes, para los apagones programados, para escapar de un cerco policial, para gozar en la República del meme, para donde ya no es posible respirar y solo queda la pira.
Los que aun permanecemos aquí decidimos inventarnos un país y tragarnos la llave. A veces, incluso los domingos a las tres de la tarde, salimos de nuestro edén artificial y dejamos que la banda sonora de nuestro papelazo o culebrón, nos indique el camino en esta tierra hueca e inestable.
¿Alguien? ¿Acaso queda alguien en este país?
Ricardo Acostarana es licenciado en derecho y escritor. Ha publicado en las revistas cubanas El Caimán Barbudo, Dialektika, Tremenda Nota, La Joven Cuba, Hypermedia Magazine, y El Estornudo. Vive en La Habana.
Ilustración por Maikel Martínez Pupo. Lo puede encontrar por
@MaikelStudio @maikelmartinezpupo.