agosto 31, 2020
Carlos Lechuga

Una pelea cubana contra los demonios independientes

En el año 2016 estrené en el Festival Internacional de Cine de Toronto mi segunda película “Santa y Andrés”, una historia de amor entre un artista homosexual y una campesina que es enviada a vigilarlo. La obra, además de contener una denuncia política explícita, era un intento por sentar a dialogar en la misma mesa a dos personas con ideas bien diferentes. Me motivaba sacar a la luz viejas heridas del pasado de la Isla y tratar de buscar una manera de luchar por que fueran sanadas.

La vida luego me demostró que las heridas no eran tan viejas y que mucha gente no estaba interesada en que un realizador joven e independiente las pusiera en pantalla.

“Santa y Andrés”, aparte de las alegrías que me dejó, me sumergió en un proceso de varios años, durante el cual experimenté la censura (en la Isla y en un festival de cine de NY), recibí varias veces la visita de la policía política y tuve que pasar por un proceso de una docena de reuniones interminables con ministros e instituciones.

Por eso me resulta gracioso estar sentado ahora frente al ordenador escribiendo sobre este tema, porque no quiero hablar sólo de mi experiencia y además no quiero sonar como un resentido. Desde lo que sé, trataré de hablar siendo lo mas objetivo posible, sabiendo que alguna subjetividad se me escapará.

Desde 1961, con el proceso de “PM” de Orlando Jiménez Leal/Saba Cabrera Infante y el discurso de Fidel Castro “Palabras a los intelectuales”, los hombres que han estado a cargo de la dirección estatal de la cultura cubana han usado como guía principal aquella frase que dijo Fidel: “Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada” para poder catalogar y dejar claro lo que es exhibible y presentable dentro de la Isla.

Parece surreal, porque realmente es muy difícil catalogar con objetivismo qué obra entra dentro de la Revolución y cuál queda fuera. Esto sin ponernos a pensar, que realmente es una aberración tratar de ponerle un freno a la expresión artística.

Lo que sí se convirtió en una idea fija durante todos estos años, para muchos de los funcionarios culturales, fue estar todo el tiempo dudando y desconfiando de las razones detrás de los discursos y las propuestas artísticas de los creadores de la Isla.

Como muchos sabemos, muchos artistas salieron de la Isla y los que nos quedamos dentro, de una manera u otra, con diferente intensidad, hemos tenido que chocar con el muro de la censura, la autocensura y aquello de lo que se puede hablar y lo que no.

No obstante, lo que sí es curioso es cómo a lo largo de estos últimos años y sobre todo gracias a los nuevos tiempos, las nuevas tecnologías y el internet, dentro de la Isla ha habido un auge del arte independiente.

No tengo claro en qué momento surge eso a lo que llamamos un artista independiente. Un viejo amigo bromeaba diciendo: ¿Independiente de qué?

De hecho, en los últimos años en las redes sociales algunos militares jubilados y viejos censores han tratado de demonizar el arte independiente (Revisar los textos del seudónimo Arthur Gonzalez contra Juan Carlos Cremata o contra “Santa y Andrés”. En estos textos aparecen imágenes bien incorrectas, como una caricatura que muestra a una serpiente hecha de celuloide, para así retratar al nuevo cine cubano independiente que estaba emergiendo). 

No obstante, lo que sí es curioso es cómo a lo largo de estos últimos años y sobre todo gracias a los nuevos tiempos, las nuevas tecnologías y el internet, dentro de la Isla ha habido un auge del arte independiente. La libertad que da la democratización de los medios sociales ha cambiado a la sociedad cubana. Sería interesante en algún momento hacer un análisis acerca de cómo cambió Cuba en el momento en el que sus dirigentes dejaron que los cubanos se conectaran masivamente a las redes.

Para los que conocemos Cuba, sabemos que sus gobernantes se relacionan con los ciudadanos de una manera centralizada. Al ser un sistema socialista donde el Estado lo rige casi todo y es dueño de la televisión, la prensa, las galerías, las imprentas y los cines; para los artistas independientes de ahora se nos hace difícil la exhibición y la distribución de nuestra obra.

Y hablo de los artistas independientes de ahora, porque no sé cómo un artista de los años 70, 80 o 90 del pasado siglo podía trabajar desde la Isla sin estar vinculado a ningún organismo. No me queda claro incluso si el término tenía lugar en aquel momento. En el 2020 es fácil para un músico grabar en un estudio casero. Estudios hechos con consolas y micrófonos traídos del extranjero y construidos en alguna habitación de una casa particular e insonorizado con la técnica que este a mano.

Estos temas musicales luego tienen la posibilidad de ser movidos en las redes y así logran sobrepasar los límites y escucharse dentro y fuera de la Isla. A mi entender, los músicos que no están afiliados a ninguna institución estatal tienen una libertad más clara en comparación con un cineasta independiente, por ejemplo, que necesita de un cine para mostrar su obra. Un músico coloca su tema en internet y no depende tanto de los medios de exhibición nacionales.

No todo es color de rosa para ellos ya que muchas veces el Estado con ganas de “cuidar el gusto de la población” intenta poner cierto tipo de reglas en los bares, restaurantes, la radio, etc. Y juegan a tratar de prohibir lo que escucha la población. En el caso de reggaetoneros como Chocolate MC o Wildey, por ejemplo, al final es casi imposible luchar contra ellos, ya que el pueblo los sigue mucho y al final la gente siempre va a escuchar lo que desee.

Otro amigo artista me decía: ¨¿Quiénes son ellos (el Estado) para cuidar el gusto de la población? ¿Qué saben de música, de cine? Si la mayoría son unos burócratas. No son artistas. Son funcionarios¨. Más allá de las bromas, parece ingenuo en el siglo XXI este tipo de intento de establecer y separar lo que es y lo que no es arte.

Desde “Aglutinador” y Sandra Ceballos, los artistas plásticos “independientes” han tenido un poco más de libertad a la hora de crear y exhibir sus obras. Ahora me acuerdo de varias consignas surgidas desde los artistas: “Ni a favor ni en contra, todo lo contrario¨ (Una exposición) o “Cada casa una galería”, nos habla del intento de sacarse de arriba todo el sistema y la situación de intermediario de centros artísticos gubernamentales y museos nacionales. A fin de cuentas, la obra de un artista plástico puede realizarse en solitario desde la misma casa, el problema, como para todos, viene a la hora de la exhibición.

En un momento de la vida, el organismo cultural, el ministerio, se da cuenta de que se está quedando atrás de los nuevos tiempos y que para poder controlar más todo debe crear un decreto: El tan mencionado decreto 349 que supuestamente no va en contra del arte independiente, sino que surge para regir y organizar un poco lo que es de buen gusto y mal gusto. Según ellos, es una manera de cuidar a la población y poder definir quién es artista y quién no. (Atención, estoy parafraseando cómo ellos ven un decreto que es más que esto que digo). Lo realmente triste del decreto es que tiene unas grandes implicaciones para la libertad de expresión artística y afecta a toda la comunidad de artistas cubanos desde varios aspectos.

Con la facilitación del acceso a internet en la Isla, muchos escritores, poetas y ensayistas que pasaban un poco más de trabajo para publicar sus trabajos, lograron abrirse un espacio en publicaciones digitales, revistas literarias y blogs.

Que no son siempre cuestiones de censura lo que impiden una publicación, recuerden que como vivimos en un Estado centralizado, hay veces que el país necesita utilizar el papel para alguna cuestión, y las imprentas (que son todas del Estado) tienen que parar su producción habitual para ponerse en función de una “tarea mayor”.

La mayoría de estos espacios son fáciles de acceder desde la Isla, unos pocos son bloqueados para que los cubanos no puedan leerlos. Pero los que más demuestran interés en leer descargan un VPN para poder acceder a todos los sitios y burlar la censura.

Yo nunca decidí convertirme en un director de cine independiente. Estudié en dos escuelas de cine en Cuba, una de ellas con un prestigio internacional tremendo, y en los dos casos no me costó un centavo mi educación. Al graduarme y tener que empezar a buscar un trabajo, sin tener ninguna amistad o conexión con la institución que rige el cine, el ICAIC, sabía que me iba a ser bastante difícil hacer una película en conjunto con la industria establecida. Unos amigos habían creado un grupo creativo independiente de levantamiento y producción de proyectos de cine y allí me sumé.

Mi primera película, “Melaza”, tenía una visión del país demasiado triste para el gusto de los vicepresidentes del instituto del cine y no me dejaron estrenarla en cine, solo pudimos exhibirla en el marco del Festival de Cine de La Habana y bajo regaño. Pero no fue prohibida. De esta experiencia yo me embarqué en la empresa de investigar sobre la censura en Cuba y de ahí salió mi segunda película, la ya citada “Santa y Andrés”; que sí fue prohibida y fuimos castigados y censurados.

Tanto para mi primera película como para la última, el instituto sí ayudó con los permisos de rodaje, los permisos de importación de equipamiento y apoyaron en el proceso anterior al terminado de las obras. Al verlas terminadas, es que decidieron tomar represalias; volviendo a dejar claro que el problema no está tanto en la creación como en la distribución y promoción, que sí es bien difícil. Esto lo cuento para hablar de que el arte independiente, en un país como Cuba, no es del todo independiente.

Al mismo tiempo, el arte independiente peca de un grave problema ante los ojos de la institución: el contenido y la fuente de financiación. En mis películas, sabiendo de antemano que eran bien críticas con la realidad cubana, nosotros nos aseguramos de que la fuente de financiación (siempre extranjera) no tuviera nada que ver con Estados Unidos, para que no nos dijeran que el dinero venía de la CIA o del Departamento de Estado. Tras 60 años en que los gobiernos de Estados Unidos han implantado un cruel bloqueo contra la Isla y muchas otras artimañas buscando el “cambio de régimen”, para los dirigentes de la Isla, todo lo que venga de su “vecino del norte” es visto con recelo. Es el síndrome de la plaza sitiada. Nosotros, mi productora y yo, aplicamos a fondos europeos con una trayectoria y un prestigio de antaño. Nunca trabajamos con Estados Unidos.

Con la facilitación del acceso a internet en la Isla, muchos escritores, poetas y ensayistas que pasaban un poco más de trabajo para publicar sus trabajos, lograron abrirse un espacio en publicaciones digitales, revistas literarias y blogs.

Lo paradójico de todo es que en el momento en que yo necesitaba el dinero para la película, en Cuba no existía un fondo de fomento del cine. El dinero del presupuesto de las películas que venía del Estado era entregado a cineastas comprometidos y con una trayectoria de cine reconocida. Para los jóvenes era muy difícil hacer un largometraje.

Es como el viejo cuento de la serpiente que se muerde la cola: el gobierno no es capaz de brindarle a todo el mundo una solución para sus necesidades y al mismo tiempo se molesta cuando el individuo trata de abrirse camino a su manera. Espero que ahora con el nuevo Fondo de Fomento Para el Cine Cubano todo mejore. Tiempo al tiempo.

En el pasado, en el caso de mi obra, en general, he sido tratado como un apátrida; aunque viva en la Isla y me interese el bienestar de mi país. Por el solo hecho de querer mostrar una verdad, he sido castigado. Me han ofendido en las redes, me han citado los policías a lugares bien extraños, he sido seguido a festivales internacionales y me han borrado de los medios estatales. En este momento, yo trabajo desde la casa y sigo siendo independiente. Yo soy solo uno más.  Por la desconfianza establecida en el discurso revolucionario y la sospecha hacia lo que no es del Estado, hacia lo independiente, pocas veces en las redes estatales de promoción se ve o se le da voz a alguien que no esté claramente entrelazado con alguna organización estatal. Esto se ha cobrado la carrera de unos cuantos talentos que, por dolor, han decidido abandonar el país o simplemente siguen adentro, haciendo su arte, puertas adentro del hogar.

Sin ser pesimista, resumo la relación del Estado con el arte independiente como la relación de un padre paternalista que no confía en el hijo, un hijo que lo puede abochornar, criticar o meter en algún problema. El recorrido hacia el regaño casi siempre empieza con una llamada de atención desde una institución, luego algún tipo de amenaza y al final todo el caso es entregado a la policía de la seguridad del Estado.

A un nivel social, creo que la sociedad está ávida de abrirse al mundo. De saber historias y temas que antes estaban prohibidos u olvidados por desidia. O sea, que sinceramente no creo que el cubano de a pie de la Isla tiene un problema con el artista independiente; de hecho, creo que buscan y cazan todo aquel tema musical, obra de arte, foto y/o película que se haya hecho de una manera de espaldas a la institución. Es una manera de estar al tanto de los cambios que poco a poco van pasando en la Isla. Es una manera de “ser parte” de algo nuevo. De informarse y de poder tener la posibilidad de ver lo que cada uno quiera ver. Consumir lo que se desee, sin necesitar un permiso o un filtro nacional.

Mi modesta opinión es que con la cantidad de problemas que tenemos como país, es una locura que las instituciones culturales demonicen a los artistas independientes que muestran o hablan de algún aspecto social de Cuba que puede resultar crítico o difícil de digerir. Como siempre hay una excepción para la regla, creo que hay algunos artistas independientes que no se meten en nada político y que quizá han podido hacer su carrera sin tantos accidentes.  

En la actualidad, en la Isla, hay grupos de creación, estudios de artistas, maneras de publicar en una escala pequeña y estudios musicales que son independientes y que ayudan y nutren la cultura cubana. Espero que con el paso de los años no nos vean más como una amenaza. No pido que nos ayuden, solo que no nos molesten.

Para terminar, me permito una anotación personal, a un nivel emocional, yo creo que el termino de “artista independiente” va a ir desapareciendo. En la calle, en los barrios, la mayoría de los jóvenes o cualquier vecino, tiene en su poder un arma muy poderosa: un teléfono inteligente con una cámara. Por años, los videos más interesantes, que se acercan a un reportaje periodístico, o que simplemente demuestran una cara distinta del país, están hechos por amateurs. El poder de las imágenes, del “aquí” y “ahora”, de la inmediatez que tiene filmar y colocar en internet el material en dos minutos, está haciendo que la narrativa del país este cambiado. En este momento somos más los independientes que los integrados. Las instituciones, las autoridades, en resumen: el gobierno; cada vez más está perdiendo el control de la visualidad.  

Carlos Lechuga nació en La Habana en 1983. Cursó estudios en el Instituto Superior de Arte y se graduó de La Escuela Internacional de Cine y Televisión.  Ha trabajado como director, guionista, script doctor y ghostwriter. Sus dos largometrajes Melaza y Santa Andrés se estrenaron en los festivales de Toronto y San Sebastián, y luego tuvieron un recorrido por más de 70 países. Sus videos además se han presentado en bienales de arte y en museos como el Reina Sofía y el MoMA.  En la actualidad, está en la preproducción de su nueva película Vicenta B. y escribe crónicas para varias revistas culturales. En brazos de la mujer casada es su primer libro.

BACK TO NUEVOS ESPACIOS