by Roberto Veiga González, Programa Cuba

Roberto Veiga: Cuba, relaciones internacionales y perspectivas (acotadas) de futuro

I

Cuba es una isla chica, con pocos recursos y que aún no posee “un modelo económico eficaz”. Las razones son muchas, pero todas pasan por estar en medio de las turbulencias geopolíticas que termina necesitando para sobrevivir.

Nació siendo colonia de España y se independizó un siglo después que el resto de la región pues, aunque necesitaba la independencia, sentía que aún no podía poseer “vida propia”. Cuando se independizó ya estaba en la órbita de Estados Unidos, que la recuperó económicamente y, a su vez, la incorporó como un eslabón de la economía estadounidense. Posteriormente, después de 1959, el nuevo gobierno rompió con los “railes” que, asentados durante más de dos siglos, articulaban la economía cubana y, por supuesto, también quebraban la relación con Estados Unidos – centro económico al cual pertenecía. Ante esto, y después de un esfuerzo por lograr una economía propia, que fracasó, Cuba integró su “economía” a lo que fue la URSS y el CAME.

Una vez “desmerengado” el socialismo real, Cuba perdió la capacidad de proveerse de los recursos que necesitaba para distribuir en todo el país en función de lo que consideraba el bienestar. Desde entonces jamás la sociedad pudo disfrutar de un bienestar que pudiera estimarse suficiente y compartido. Ni siquiera los posteriores vínculos con Venezuela, que aportaron recursos a la Isla, hicieron posible que se acercara a ese estado de satisfacción que, incluso así, era propio de un país subdesarrollado.

En tanto, sería ingenuo pensar que Cuba puede desarrollarse sin participar del entramado mundial porque esto constituye una exigencia para cualquier país, incluso rico. Lo más importante, que resulta notorio, es que Cuba no logrará desarrollarse económicamente, sin una participación vital del mundo en los quehaceres económicos domésticos.

Por ello, la isla requiere la buena marcha de sus relaciones internacionales, así como la inversión extranjera y la cooperación económica con otros países. Sin esto, y sin otras cuestiones sociales que no trato aquí, será imposible el bienestar de la sociedad y, por ende, será inverosímil sustentar los siguientes propósitos del Estado cubano, refrendado en el artículo 1 de la Carta Magna: “el disfrute de la libertad, la equidad, la igualdad, la solidaridad, el bienestar y la prosperidad individual y colectiva”.

II

Ante esto, entre las prioridades del gobierno de Raúl Castro estuvieron las relaciones internacionales y su multilaterización. Procuró afianzar vínculos con países importantes, como Rusia y China, con quienes podía desplegar relaciones de cierta confianza y algún beneficio, sin que ello implicara el propósito de que estos suplieran las consecuencias de las deformaciones de la economía insular. A la vez, quiso zanjar las dificultades con la Unión Europa y enrumbar un proceso hacía relaciones favorables.

Además, trató la inserción del país en América Latina. Con ello, si bien afianzaba sus añejas alianzas ideológicas, abría una perspectiva que trascendía lo anterior. Para eso, otorgó importancia a la idea primigenia de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), y ofreció un valor modesto, pero sensible, a la comunidad caribeña. Y, un día, conocimos su decisión de arreglar los vínculos entre Cuba y Estados Unidos. Esto abriría una puerta que podría introducir a los dos gobiernos en un nuevo escenario inclinado a la distención y la cooperación.

Era una gestión de multilateralización de los vínculos internacionales, que debía contribuir al desarrollo de la Isla y tributar a la estabilidad de procesos sociales internos. Sin embargo, la altura de la diplomacia no encontró equivalente en ejecutivos del quehacer interno. No fue posible acoplar a las dinámicas internas toda la potencialidad que llegó a brindar aquel cometido internacional.

Arribó a Cuba la Unión Europea y varios de sus países buscaron invertir en la economía y otras formas de cooperación. No obstante, percibieron suspicacias, escasa atención, una estructura económica que dificultaría la instalación adecuada de sus empresas, políticas económicas y laborales que dañarían su eficacia, y escasa receptividad para dialogar sobre esas preocupaciones. Como resultado, al país llegaron inversiones europeas, pero insuficientes y escuálidas.

Mientras esto sucedía, cesaron gobiernos regionales aliados del Estado cubano. A la par, América Latina se fue convirtiendo en un entorno incompatible con la política oficial hacia la región; y el proyecto de integración y la idea originaria de la CELAC, se desvanecieron.

La relación entre Cuba y Estados Unidos fue institucionalizando la cooperación sobre temas como el tráfico de drogas y aumentó el vínculo entre ambas sociedades, potenciando la presencia de cuestiones que ofrecían beneficio económico. Sin embargo, poco se avanzó pues sobreabundó la cautela. No se logró una sola inversión real en Cuba y una vez culminado el discurso del presidente Obama en La Habana, lo medios oficiales hicieron saber que se renegaba de la normalización.

Para un sector da igual Obama que Trump. Este preferiría una relación que permita beneficiarse de los recursos de Estados Unidos, pero con poca presencia estadounidense en la isla. Tampoco desearía vínculos difíciles, pero manejables, que orienten al desmonte del actual “modelo de resistencia” y a la evolución de un “modelo de desarrollo” que, por lógica, ensancharía la autonomía del ciudadano. Desde este juicio, Trump dificulta la posibilidad de beneficiarse de los recursos de Estados Unidos y Obama menoscaba los fundamentos de un “modelo de resistencia” ya naturalizado y cómodo para este sector.

De este modo, en cuanto al beneficio que podría brindarnos las relaciones internacionales, entre 2016 y 2018 casi quedamos en la misma situación aciaga que intentó revertir Raúl Castro.

III

Hace 17 meses hay un nuevo gobierno, heredero del anterior. Sin embargo, no logro intuir si el actual ejecutivo fue seleccionado porque apoya, al modo de victoria, esos andares internos que hicieron fracasar la “reforma de Raúl Castro”, o para que, sin menoscabo de quienes condujeron a ese naufragio, de algún modo retome tal idea reformista.

En cualquier caso, se aprecia un Consejo de Ministros que trabaja con miembros que, en muchos casos, son profesionales del sector que ahora dirigen, que diagnostica la realidad, que reconoce las deficiencias y ciertas deformaciones del modelo social, que administra los recursos, que parece comprender la centralidad del desarrollo y del bienestar aunque, hasta ahora, suele usar itinerarios e instrumentos de probada ineficacia. Por otra parte, la agudización de la crisis económica conmueve y, por adición, deberá obligar a la búsqueda de mejores certezas.

Esto exigiría retomar la cruzada internacional de Raúl Castro y, sobre todo, asegurar su validez a través de una renovada estructura económica y una eficaz gobernanza de acuerdo a la genuina naturaleza de la economía, de forma que sea compatible con la realidad global. Sólo así será posible que el mundo participe con vitalidad en los quehaceres económicos domésticos y nos encaminemos, más sólidos, hacia una economía de bienestar.

Ahí están Rusia y China. La Unión Europea sostiene los canales que puedan lograrlo. Será difícil andar por Latinoamérica, pero podría hacerse un mayor esfuerzo con países como México, Colombia, Chile, Argentina y Brasil, para lo cual habría que gestionar políticamente el meollo de las cercanías o distancias ideológicas. Esto haría forzoso comprender, con hondura, las posibilidades y dificultades de las “sinergias” en una valiosa relación internacional de Cuba con la Unión Europea, China, Rusia y Estados Unidos.

Sin retomar la normalización de relaciones con Estados Unidos, todo encontrará excesivos escollos. Ahora “el norte” tiene cancelada toda posibilidad y refuerza la confrontación. Aunque, previo a la llegada de la actual Administración, ya Cuba había revelado su voluntad de quebrar los puentes que se venían construyendo, esto no significa que deseaba los tiempos de la confrontación pero, en tal caso, era de esperarse que, de algún modo, retornaran.

Cuba posee este acérrimo obstáculo. No obstante, aunque el “norte” modere la política hacia la isla, quizá tampoco será fácil. Allí siempre habrá posiciones a favor de “la negociación” y otras posturas más “agresivas”. Sin embargo, tal vez la actitud determinante, con matices y a tenor de las circunstancias, se inclinará a cierta “ignorancia”, a la poca iniciativa a favor de las relaciones, y sólo se impliquen de manera puntual en aquellos aspectos que cambien en Cuba y consideren que resulta afín a como allí se concibe; únicamente si el gobierno cubano estima que deben participar y lo tramita con el poder de ese país.

Algo ha cambiado en la posibilidad de desplegar la relegada “reforma de Raúl Castro”. Se concebía que el mundo apoyara a Cuba para que estuviera en condiciones de realizar las anunciadas reformas. Pero la práctica (único criterio de la verdad, según el marxismo) convenció a poderes y actores internacionales de que esa estrategia ha resultado fallida, y que el mejor camino sería que las transformaciones en el modelo social cubano sean el pilar para una cooperación internacional que aporte al bienestar del país. Esto último resultaría una inversión radical de las variables, un verdadero cambio “copérnicano”, sobre el cual debemos meditar.

Roberto Veiga González es abogado, reside en La Habana, Cuba, y Miembro del Diálogo Interamericano, con sede en Washington DC.

(Publicado originalmente en Programa Cuba. Republicado aqui con el permiso del autor.)

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