Elaine Acosta González
Feminización de las migraciones, envejecimiento demográfico y crisis de los cuidados en Cuba
La sociedad cubana se debate hoy en un escenario complejo de gobernabilidad. Las múltiples crisis que atraviesa el país ─ algunas propias del impacto de la pandemia y otras que son resultado de las desacertadas políticas económicas que se han adoptado en la mal llamada Tarea Ordenamiento ─ han aumentado la tensiones al máximo. Una situación que, además, se ve agravada por el recrudecimiento de las sanciones económicas de los Estados Unidos, por los recelos que trajo consigo el estallido social del 11 de julio y, en general, por la aparente incapacidad del gobierno para generar una estrategia acertada que controle o al menos minimice el impacto de la presente situación.
De manera menos visible, la crisis de cuidados[1] ha continuado agravándose en la sociedad cubana, con el aumento de la demanda de atención debido al incremento sostenido de la población de la tercera edad, la disminución de proveedores de servicios públicos de protección social, la crisis del sistema de salud y los recortes a la asistencia social, la elevación del coste de la vida, así como la sobrecarga de las familias, en especial de las mujeres, frente a las crecientes y múltiples necesidades en un contexto de mayor precariedad económica y vulnerabilidad social. El carácter estructural y sistémico que enlaza estas crisis ha disparado las alarmas sobre una inminente nueva oleada migratoria desde la Isla a partir del 15 de noviembre, fecha que el gobierno cubano fijó para la reapertura de sus fronteras.
El propósito de este análisis es contribuir a caracterizar y problematizar la estrecha relación entre las migraciones, el envejecimiento demográfico y la crisis de los cuidados en Cuba a partir de la conexión con la crisis estructural que atraviesa la sociedad en su conjunto. Para ello, proponemos analizar las conexiones entre las dinámicas poblacionales a partir de dos rasgos de las migraciones internacionales cubanas que inciden en el envejecimiento poblacional. En segundo lugar, exploraremos el efecto de la feminización de las migraciones cubanas en un incremento de la carga de cuidados en la vejez, en la medida en que la migración se ha convertido en una estrategia complementaria de resolución a la crisis de los cuidados.
Crecimiento de las migraciones internacionales cubanas y su relación con el envejecimiento demográfico
Las migraciones internacionales cubanas han experimentado un crecimiento en los últimos años, y han dejado un saldo migratorio externo sostenidamente negativo desde los 80 a la actualidad (Mesa-Lago, 2020). Por su parte, la población cubana comenzó a decrecer en términos absolutos desde el 2017 (Díaz-Briquets, 2020). Desde inicios de siglo los niveles de crecimiento son muy bajos, o casi estáticos, con un punto de inflexión en el año 2006, en que comienza el proceso de decrecimiento de la población total (−0,4%), tendencia que continúa (Aja y Hernández, 2019).
Albizu-Campos Espineira (2021) ha señalado que Cuba no se encuentra en fase de plena transición demográfica, sino que ya completó su primera transición demográfica ─ descenso de los niveles de mortalidad y fecundidad─, entre 1989 y 1993. En este escenario, la emigración, crecientemente femenina, desempeña un importante papel. Alfonso y Albizu-Campos Espineira (2000) al referirse a ello argumentan que lo que en determinados periodos del comportamiento del fenómeno migratorio en Cuba fue circunstancial, a partir de 2006 se convierte en estructural. Al explicarlo, diversos autores sostienen que en Cuba, con particular énfasis desde la década del noventa, abandonar el país se convirtió en una estrategia familiar y personal para resolver una gama de problemas de tipo económico y lograr la realización de planes de vida, incluyendo los de índole profesional (Domínguez, Machado y González, 2016; Martín, 2005).
En paralelo, resultado de un conjunto de políticas de larga data, Cuba está encabezando los procesos de envejecimiento en América Latina y el Caribe (CEPAL-CELADE, 2009). La Encuesta Nacional de Envejecimiento (ENEP) (ONEI, 2019) y la Encuesta Nacional de Migración (ONEI, 2018) reconocen que el envejecimiento es el gran reto sociodemográfico que enfrenta la sociedad cubana en la actualidad. El envejecimiento demográfico no es otra cosa que el proceso de transformación de la estructura de edades de la población como consecuencia de una reducción sostenida de la fecundidad en el tiempo y su estabilización prolongada en niveles bajos, por debajo del nivel de reemplazo.
Sin embargo, frente a los discursos alarmistas respecto al envejecimiento demográfico en Cuba, habría que anteponer cierta cautela, particularmente por las derivaciones de política pública que implica partir de supuestos erróneos. Algunos demógrafos sostienen que Cuba nunca ha vivido una situación demográfica tan favorable y la clave está en que la población ha vivido eso que en la teoría se conoce como Revolución Reproductiva[2]. La verdadera tormenta radica en que la población cubana ha completado ese proceso de «revolución reproductiva», mientras que el modelo económico y social no se ha ajustado a las nuevas necesidades derivadas de ese proceso, fallando en no realizar una correspondiente «revolución productiva» (Albizu-Campos, 2021).
En este sentido, Mesa-Lago (2020) plantea que, si bien el envejecimiento es beneficioso por cuanto puede ser indicador de una mayor esperanza de vida, al mismo tiempo, puede tener un impacto adverso en la protección social al generar mayores costos de pensiones, salud y asistencia social. El problema de fondo no es el aumento de la población mayor de 60 años sino la ausencia o insostenibilidad de políticas sociales y económicas, así como de recursos suficientes para dar respuesta adecuada a las nuevas necesidades de cuidado y protección social que se derivan del cambio en la estructura demográfica.
Mayor presencia de jóvenes en flujos migratorios internacionales desde Cuba
En un escenario de emigración sistemática de la población, hay dos temas de suma relevancia para las políticas de cuidado y protección social, pero al mismo tiempo, para el desarrollo económico del país. Uno es la representación mayor de jóvenes entre quienes están migrando; otro, la creciente participación de mujeres (Hernández & Foladori, 2012). Investigaciones en Cuba sostienen que la emigración cubana está sustancialmente representada por población joven adulta (Aja, 2007 y 2019 y Aja, Casañas, Martín y Martín, 2003). El rango principal de edades de los migrantes cubanos se ubica entre 20 y 40 años. Un alto porcentaje (76,7%) se encuentra en la cohorte productiva, especialmente en actividades cualificadas. La más reciente encuesta sobre migración (ONEI, 2018) confirma este rasgo.
Demógrafos y economistas han alertado de la presión que este éxodo continuo en edad laboral genera sobre el sistema de seguridad social cubano, escenario que se tornará más grave cuando, hacia 2030, el baby boom se convierta en el boom de las jubilaciones (Díaz-Briquets, 2020). Entrarán en retiro de la actividad económica, y de forma simultánea, las generaciones más numerosas que alguna vez nacieron en el país como consecuencia del inusitado incremento de la natalidad del período 1957-1963 (Albizu-Campos, 2021).
El aumento de la emigración de personas en edad laboral tiene efectos inmediatos sobre la economía. Provoca una caída en la población económicamente activa (PEA), lo cual resulta a largo plazo en escasez de mano de obra y, si no se aumenta la productividad, provoca un descenso de la producción y el suministro de servicios, así como del producto interno bruto (PIB) (Mesa-Lago, 2020). La reducción del empleo y de la cohorte productiva de la población incide negativamente en la sostenibilidad del sistema de pensiones, puesto que financiar los costos ascendentes de la previsión social se hace más difícil.
Frente al incremento del envejecimiento y el costo previsional, se hace necesario expandir el gasto social. Sin embargo, desde inicios de los 2000 ha sido recortado para hacerlo financieramente sustentable para el país[3]. Si bien esta medida es lógica desde un punto de vista fiscal, acarrea consecuencias adversas respecto a la protección social. Así se ha reflejado en los años sucesivos con el deterioro significativo de programas y servicios de atención a las personas mayores y el aumento de la pobreza en este grupo. La mayoría de las personas mayores considera que sus ingresos no alcanzan para cubrir sus necesidades principales, siendo las mujeres las más afectadas (40% de las mujeres y el 37,3% de los hombres) y aquellos que solo disponen de la jubilación o pensión para cubrir sus necesidades básicas. Una abrumadora mayoría (70%) percibe que tiene privaciones y carencias (ONEI, 2019; Acosta y Angel, 2020).
Feminización de las migraciones cubanas y cadenas transnacionales de cuidados
La encuesta sobre migración (ONEI, 2018), también confirma la tendencia de un mayor predominio de mujeres en la migración reciente, con mayor presencia en la forma temporal de la movilidad hacia el exterior. Hernández y Foladori (2012) señalan que desde finales del siglo XX el proceso migratorio cubano sigue los patrones mundiales de feminización y que a partir de 1995 la participación de la mujer se ha elevado a más de 50%, manteniendo en los años siguientes una tendencia ascendente. Desde entonces, la mayor presencia de la mujer se produce en todas las categorías de emigración de Cuba, con la excepción del ‘abandono de misiones’, donde predomina el sexo masculino (Aja, 2007)[4]. La evidencia señala que, cuando la emigración legal ganó espacios a causa de la flexibilización de la política migratoria cubana, las mujeres aumentaron su participación, llegando alcanzar más de 55 por ciento, excepto en algunos años.
Esta selectividad de la migración está estrechamente relacionada con la gestión familiar de los cuidados, puesto que son las mujeres quienes quedan a cargo de los hijos/as y parientes mientras pueden gestionar vías de emigración más seguras (Acosta, 2021). Se ha demostrado que, en los períodos en que las salidas con carácter definitivo se han efectuado con cierto ordenamiento, con seguridad para realizar los viajes y con apoyo a la reunificación familiar, las mujeres emigraron más que los hombres.
Además del componente cuantitativo, los procesos de feminización de las migraciones internacionales en el caso cubano son desafiantes desde el punto de vista cualitativo, cuestión que se evidencia tanto en las motivaciones como en los roles de las mujeres migrantes. Marrero (2011) relaciona el incremento de las jefaturas de hogar femeninas en Cuba con la adquisición de mayor autonomía y poder de decisión de la mujer cubana, cuestión que incidiría en la consideración del proyecto migratorio como una alternativa de mejoramiento de las condiciones de vida que pueden conseguir en la Isla.
Las investigaciones realizadas han coincidido en que los proyectos de vida en los que la mujer cubana decide, cada vez más, migrar sola como alternativa de supervivencia frente a la crisis económica y social han aumentado (Martín, 2007). Sin embargo, la decisión de emigrar de la mujer en edad reproductiva afecta inevitablemente la dinámica poblacional, provocando un descenso en las tasas de fecundidad, que termina por afectar sustancialmente el crecimiento de los segmentos jóvenes de la población (Núñez, 2007).
La migración como una estrategia complementaria frente a la crisis de los cuidados y sus efectos
De manera cada vez más generalizada, las familias cubanas perciben la emigración como estrategia de supervivencia ante la crisis actual. Desde los noventa ya era considerada una estrategia de enfrentamiento a la crisis en la vida cotidiana cubana, y al mismo tiempo, era valorada como la vía más efectiva para resolver los problemas diarios (Aja, Casaña, Martín y Martín, 2003). En este contexto, la(s) familia(s) cubana(s) han aparecido como un actor central en el desarrollo de prácticas trasnacionales y en la construcción de comunidades transnacionales.
Los análisis, sin embargo, han descuidado el rol que han tenido las migraciones en la resolución de necesidades de cuidado, por un lado, así como en el impacto del aumento del déficit de cuidadoras familiares, particularmente de personas mayores, por otro. Algunos datos son indicativos de ello. Es notorio el aumento de los hogares unipersonales de personas mayores que han pasado de representar el 12,6% en 2012, según el Censo, a un 17,4% en la última encuesta ENEP (ONEI, 2019). La última encuesta sobre envejecimiento revela que alrededor del 7% de personas mayores de 60 años tiene a todos sus hijos viviendo fuera de Cuba y el 3%, 70.300 personas de 60 años o más, tienen a todos sus hijos y nietos residiendo fuera del país (ONEI, 2019).
Al mismo tiempo, los cuidados siguen siendo altamente familistas en Cuba (Acosta et al, 2018). La mujer cubana es la principal proveedora de cuidados en la familia y aquellas con compromisos laborales viven el conflicto de intentar conciliar las demandas del hogar y el empleo (Fleitas, 2014). La distribución de los tiempos y de la carga de cuidados en el hogar es muy desigual en la Isla. La Encuesta Nacional sobre Igualdad de Género-2016 (ONEI, 2018b) permitió constatar que son las mujeres quienes en promedio emplean mayor cantidad de tiempo en tareas domésticas y de cuidado, con una diferencia de un poco más de 14 horas semanales, respecto al tiempo de la contraparte masculina.
Por estas razones, entre otras, las mujeres cubanas en general están sobrerrepresentadas dentro de las más pobres (Espina, 2008) y en particular las que sobrepasan los 60 años tienden a presentar una condición más desventajosa en los ingresos (Fleitas, 2014, Acosta y Angel, 2020). La multiplicación de las estrategias familiares de supervivencia y elevación de ingresos aparece como una consecuencia de esta desigualdad, y a su vez, ha sido señalada como un rasgo clave para entender la reestratificación social en la Cuba actual (Espina, 2008).
La disminución del tamaño de la familia y el aumento de los hogares encabezados por mujeres, pueden ser consideradas estrategias indirectaspara enfrentar la crisis de los cuidados (Acosta, 2021).En la actualidad, el tamaño de la familia cubana ha disminuido, consolidándose como una familia pequeña, de pocos hijos (Rodríguez & Albizu-Campos, 2015). En los últimos sesenta años, los hogares cubanos han visto reducir el número medio de sus miembros en 2 personas por hogar como valor absoluto y en 40.8 % como valor relativo (Benítez, 2015). La atención a la población infantil y la adulta mayor y sus necesidades de cuidado se convierten en una preocupación, puesto que hay menos personas disponibles para cuidar.
Sin embargo, varios investigadores son críticos de las políticas pronatalistas anunciadas por el gobierno cubano como parte de la solución a esta crisis. Díaz-Briquets (2020) señala que a pesar de la formulación e implementación desde principios de siglo de políticas a favor de una mayor natalidad – profundizadas en el quinquenio 2015-20- hasta ahora no han dado resultado. La tasa global de fecundidad (TGF, o número estimado de hijos que la mujer promedio tendrá durante sus años reproductivos), así como el número anual de nacimientos se estabilizó entre los años 2009 y 2018, mientras que la tasa de emigración neta al final del periodo se mantenía elevada, aunque no tan alta como en años anteriores. Albizu-Campos (2021), por su parte, interpreta estas políticas como una forma de poblacionismo, opuesta al ejercicio efectivo de los derechos humanos, sexuales y reproductivos de las personas.
Consideraciones finales
La composición y magnitud que ha caracterizado la migración internacional en Cuba en las últimas décadas, así como su impacto en la dinámica familiar y los proyectos de vida de la mujer cubana, hacen referencia a un problema estructural más que temporal. La migración se ha convertido en una estrategia de supervivencia ante la falta de soluciones sostenibles a las múltiples crisis por las que atraviesa la sociedad cubana. Sin dudas, una emigración internacional cada vez más joven y feminizada está provocando un envejecimiento de la población en general y una profundización de la crisis de cuidados, con más afectación hacia las personas mayores.
Esta situación exige una mayor investigación y un debate público sobre el presente y el futuro de los impactos de las dinámicas demográficas como las migraciones y el envejecimiento en su relación con la organización social de los cuidados en la Isla. El gobierno cubano carece de una política integrada y eficiente para enfrentar el envejecimiento demográfico y sus impactos adversos en la protección social. Los resultados conseguidos por las políticas en favor de un aumento de la natalidad son clara evidencia de ello.
La ruta para lograr conciliar las nuevas realidades demográficas con la crisis de cuidados es, por un lado, acelerar y profundizar las reformas estructurales a fin de que la migración deje de ser una estrategia de sobrevivencia cotidiana y, al mismo tiempo, obtener los recursos necesarios para implementar políticas sociales apropiadas e integradas que enfrenten los retos actuales y futuros del envejecimiento. Por otro lado, es necesario avanzar hacia una redistribución democrática de los cuidados, considerando los cuatro pilares centrales que intervienen, de forma desigual, en el derecho y la garantía de las necesidades de cuidados de personas y grupos: el Estado, el mercado, las familias y las comunidades. En suma, es urgente una discusión más amplia sobre el régimen de bienestar, las formas de expansión, reordenamiento y racionalización de las políticas asistenciales actuales, el rol de las migraciones, así como de los derechos de las personas que requieren cuidados y sus cuidadores.
Elaine Acosta González es Directora Ejecutiva de CuidO60 –Observatorio de Envejecimiento, cuidados y derechos. Es investigadora visitante en Cuban Research Institute, FIU.
Ilustración por Maikel Martínez Pupo. Lo puede encontrar por
@MaikelStudio @maikelmartinezpupo.
[1] La ´crisis de los cuidados’, en su sentido más amplio, alude a la tensión en la provisión de cuidados derivada del distinto papel de las mujeres y a los cambios en los contenidos, protagonistas y circunstancias en las que el trabajo de cuidados se realiza en la actualidad. Una crisis relacionada con la manera desigual y devaluada en que los cuidados se organizan y se distribuyen socialmente entre el Estado, el mercado, la comunidad y las familias.
[2] Consiste en que los hijos que se traen al mundo hoy viven casi el triple que los nacidos en 1900, cuando la mortalidad infantil, uno de los motores impulsores por excelencia del aumento de la esperanza de vida al nacer, era de poco menos de 225 defunciones de menores de un año por cada mil nacidos vivos, mientras que hoy es de poco más de 4 por mil (Albizu-Campos, 2021).
[3] Entre 2006 y 2018, el gasto del presupuesto asignado a la asistencia social disminuyó de 2.2 % a 0.3 %, mientras que el número de beneficiarios como proporción de la población decreció de 5.3% a 1.6% (Mesa-Lago, 2020). El último anuario estadístico (ONEI, 2021) confirma la tendencia a la baja en el gasto social dedicado a la salud y la asistencia social. El volumen de inversión por clase de actividad económica ubica a la salud y la asistencia social (consideradas en un mismo indicador) con los niveles más bajos de inversiones entre las 18 clases de actividades económicas mencionadas (Acosta y Angel, 2020).
[4] La mayor participación de los hombres se registra durante la llamada “crisis de los balseros” de 1994 y aunque las mujeres también participaron, solo lo hicieron en un 30%, lo cual según Hernández & Foladori (2012) corrobora la hipótesis de Alfonso y Albizu-Campos (2000) sobre la relación de la migración de género con el carácter y los medios para emigrar.
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